jueves, 30 de julio de 2009

Inventario de tequieros



Dedicado a mí mismo, por ser tan copado


Al principio fue un te quiero
de los que saben querer sinceramente,
un te quiero con el corazón desnudo
como el arrullo del arroyo en la montaña.

Pero de tanto quererte y quererte mansamente,
te fui queriendo más de lo que quise,
te quise con mil legiones de te quieros
temblándome en el pecho,
con todos los te quieros juntos
desde el primer te quiero
hasta los te quieros que aún no se han querido.

Y, como si tantos te quieros no alcanzasen,
te quise también con te quieros de otros mundos,
de esos mundos donde brotan manantiales de te quieros,
donde la gente come te quieros en las cafeterías,
se baña con te quieros de tango y de vainilla,
con te quieros de licor y de frambuesa
y llenan las secretarias toneladas de folios de te quieros
y, a cada instante, de cada te quiero
nacen otros mil te quieros más.

Después te quise con te quieros militantes
que pintan con aerosol “¡Te quiero o muerte!”
y fui un gigantesco terrorista del te quiero
un te quiero kamikaze
de esos que se pintan la cara de te quieros
y que dejan la vida por quererte.

Fui un te quiero armado de fusiles
cargados de te quieros
o quizás de un solo te quiero
pequeño como una granada
que explota con la fuerza de un te quiero colosal
del que se desatan,
con fuerza relámpago y de trueno,
cuarenta y siete millones de te quieros.

Fui un te quiero
que de espaldas al olvido
hubiese cambiado su vida
por que el planeta entero quepa
en el último grito del último te quiero.

Pero ahora te quiero tanto y tan sin formas,
tan sin entender por qué te quiero,
que tendría que contratar una agencia de te quieros
para que me lo expliquen ante un escribano
que me haga firmar un documento
para que de una vez y para siempre
quede asentado en actas que te quiero.

jueves, 28 de mayo de 2009

De algo hay que vivir



¿Cómo no sentirse tan Ramón Ortega en sus luchas contra los corsarios y su alma de navegante cuando uno mira el mar? Esta es quizás una de las tantas preguntas que Quique, el joven aprendiz peluquero, jamás se hizo. Para él como para tantos otros la vida se resumía en las dos salchichas descarnadas que se habían acomodado en el agua estancada del hervidor y que, como nadie las sacaba, habían decidido establecer en él un microsistema orgánico de los más fecundo.

¡Pobre de Quique! Los autos lo empapaban de barro en la peluquería le decían “Preyeso, asesino de cabezas”. Su clientela disminuía a pasos escalofriantes y Mirta los había abandonado por el verdulero de la esquina. Quique intentó explicarle que lo de él y el verdulero fue sólo una aventura y le juró que no volvería a suceder. Pero para Mirta eso había sido el fin. Eso y que dejara destapado el dentífrico cada vez que se lavaba los dientes. También en esto intentó excusarse el pobre Quique argumentando que no se los lavaba casi nunca. Pero fue en vano. Todo fue en vano. Quique ahora no tenía destino en el mundo.

Una cálida mañana de Febrero mientras paseaba por la peatonal una gitana le leyó la mano y se asombró al ver en ella el número de teléfono de su tía Carolina: “452mmmmmmmm” dijo la gitana imitando a Susana Giménez. Luego, con un pañuelo, le limpió a Quique el sudor de la frente y agregó: “Tú tendrás una hija, mocito, y la llamarás Bola de Lomo” y después se fue caminando a paso lento ante los desconcertados ojos de Quique que la veía perderse entre las multitudes. Y fue entonces que al volver a mirarse la mano sucedió algo que realmente lo sorprendió: la gitana le había robado el reloj.

Durante meses y meses sólo resonaban en su mente aquellas desconcertantes palabras “Tú tendrás una hija, mocito, y la llamarás Bola de Lomo”, “Tú tendrás una hija, mocito, y la llamarás Bola de Lomo”, “Tú tendrás una hija, mocito, y la llamarás Bola de Lomo”, como un hipnótico sonido que lo suspendía en un estado de inacción del que no saldría hasta el mes de Julio. Porque fue en ese mes que conoció a Julieta, la novia del hombre que tenía puesto su reloj. “Esta es la señal -se dijo Quique-, ella será la madre de Bola de Lomo”. “¿Bola de Lomo, me oyes? -grito a los cielos- he encontrado en quien gestarte” y tomando a Julieta del brazo recibió una piña de su novio (el de Julieta) que lo mandó al hospital con fractura de tabique y todo. ¡Ahora sí que el pobre Quique no necesitaría lavarse los dientes porque apenas si le quedaban!

En el hospital fue a visitarlo Mirta para recordarle que la bombacha que había quedado en la canilla era de ella pero que no la pensaba ir a buscar porque el bosque de moho entorno a las salchichas le daban nauseas y para contarle que se había arreglado las lolas pero que él no se las podía tocar por lo del dentífrico y el verdulero. Porque lo del dentífrico era cierto, no lo usaba casi nunca, además ese era ya un problema sin vigencia puesto que de aquí en más no lo necesitaba por lo de la piña del novio de Julieta, muchacha agraciada y de buen corazón. Pero aquello del verdulero... Mirta le dijo que le había dolido más a ella que a él (que no era poco). Pero que estaba dispuesta a volver con él si él le daba un hijo. Allí nomás, en la cama del hospital se trenzaron en un abrazo que se fue tensionando hasta resultar en una niña a la cual Quique imploró llamar Bola de Lomo.

Así fue que nació la niña y Quique acarició el rostro de Mirta mientras advertía algo raro en su piel, la rasguñó y le tiró la piel sólo para advertir que era una máscara tras la cual vio el rostro libidinoso del verdulero de la esquina. “¡Mi hado se ha cumplido!” gritó Quique, y así fue.

viernes, 22 de agosto de 2008

Pebeta porteña



Pebeta cantame tu tango porteño,
cantá con tu canto la noche y el sol
que siento en tu canto el canto de un sueño
que sueño contento si pienso en tu amor.

Porteña querida, pebeta de mi alma
ya siento que clama tu voz de gorrión
que siento que canta la luz que me ama
del sueño que sueño, soñando con vos.

Pebeta porteña, arrabal en flor,
mi vida y mi muerte, en tu bandoneón,
ya tus labios rojos, puñal de cantor,
abrieron mi pecho con una canción.

Tu canto altanero que tanto recita
tu boca en un sueño rubí de cantor.
Tu canto te sueña, tu voz me lastima,
me cierra la puerta de tu corazón.

Pebeta porteña quebraste mi alma,
quemaste tu leña en mi corazón.
Tu boca te sueña, tu canto me llama,
tus ojos son señas de mi perdición.

Ya siento que mi alma se tiñe de encanto
Al ver a esa rosa, oculta en tu voz
que quiere quererme y no quiere tanto
Teñir con su rosa la boca que doy.

Pebeta del barrio, porteña querida,
tu boca es mi vida y tu canto es mi amor.
Escondo mi anhelo en tu voz herida,
tu canto cansado y mortal de gorrión.

Tu canto altanero que tanto recita
tu boca en un sueño rubí de cantor.
Tu canto te sueña, tu voz me lastima,
me cierra la puerta de tu corazón.
.

El cornovalito II

Capítulo inaugural de la segunda parte vuestra narración preferida que se llamará “Cornovalito II o el Dr. Chihuahua ataca de nuevo”

Sabido es que cuando el Cholo murió, llegó al igual que cualquier otro, al cielo de verdad, lugar bastante más copado que el proyectado por Nuestra Santísima Santidad Ensantizada. A la deriva estaba nuestro héroe por las celestiales autopistas, hasta que, en uno de esos angustiosos días en que el Cholo había caminado por entre las aguas, cosa común entre los mesopotámicos, sucedió que al cielo mismo le salió una verruga. Mirolo el Cholo con honda compasión y le dijo con acento gongorino:

–Oh triste cielo, saber debes que una verruga en tu velo ha florecido.

–Obvio, nene, los cielos somos así –respondió el cielo.

Decir éste que fue interrumpido por un hecho de lo más curioso, y éste fue el de ver el Cholo aproximársele un simpático ángel peronista que no le dijo sino los versos que aquí se transcriben:

–De esta causa yo rezongo, y mirá como te pongo –al tiempo que le sacudió una serie corchazos que fueron a incrustársele a nuestro héroe en su cráneo.

Poco fue lo que duró su agonía y, ya muerto en el cielo, no le quedó otra que asentarse en el infierno. Fue, justamente, en aquellas ardientes latitudes donde se encontró con De Narváez, quien, vistiendo una camisa almidonada y una vinchita de elefante, se quedó mirándolo y le dijo del modo siguiente:

–Esto es un paco.

–¿Lo fumamos? –preguntó el Cholo.

–No –sentenció De Narváez–. No debieras consumir droga, Cholo, pues hay poca y somos muchos.

Dicho lo cual surgió en el Cholo un ferviente interés en el mundo del pensamiento por lo que, tras un arduo razonar, entendió que Sócrates era mortal hasta que se fumó un paco de cicuta aunque, de hecho, el mismo Sócrates no haya existido, pensamiento éste al que la sombra terrible de Sarmiento agregó:

–Cierto es, querido Cholo. Lo mismo que Shakespeare que para mí no existió aunque sin duda fue puto.

–Yo cuando sea grande quiero ser Puto –agregó Dominguito, hijo célebre del célebre Sanjuanino.

–¡Jamás! –sentenció el Padre del Aula al cual se le han dedicado infinitud de glorias y loores.

–Está bien –se resignó a decir Dominguito– si no me dejás ser puto, entonces voy a ser Tribilín.

Y así fue que el Cholo comprendió el error que había cometido al apoyar la campaña de Terráneo:

“¡Oíd mortales la queja de mi alma! ¡Oíd el profundo llanto que aqueja mis sentidos! Heme ahora en mi fama convertido en un pituco de mierda. ¡Ha de la vida! ¿Nadie me responde? ¡Aquí de los antaños que he vivido! La fortuna a mi dicha ha destruido, mis volantes de la coalición cívica mi locura los esconde ¿Por qué el alma que en mejores tiempos supo ser mía, como mía fue su gloria, pertenece ahora a González Oro, Príncipe oscuro del oscuro averno”.

Y fue en diciendo estas palabras que San Pedro se apiadó y lo llevó de vuelta al cielo, donde el Cholo juró retornar al camino que jamás debió haber abandonado: la recta vía del justicialismo.

Al regresar al cielo por segunda vez, encontrose el Cholo con el hecho que mayor felicidad le causaría en las postrimerías de los tiempos: darle un abrazo a su querido General Perón. “Porque para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” había dicho Juan Domingo en ocasiones pretéritas. Y fue así que, lloroso y sin dejar de abrazarlo, el Cholo le dijo al Pocho:

–Mire como ruge la leonera, mi General. Dos potencias se saludan.

Enunciación no del todo afortunada en la medida que desencadenó en el Cholo una tremenda lluvia de trompadas que sobre él hizo caer José María Gatica.

–Por copión –dijo el púgil dando por terminada la ira que nuestro héroe le había despertado.

Al rato se encontró el Cholo con sus amigos que no veía desde la primera parte de esta historia.

Arbuto lee en "Descartes"

Los presentes videos fueron grabados por Candelaria Barbeira o Candu, para los amigos. A Candu me une tanto el compañerismo como el respeto de saberla una de las más grandes profetas del nacimiento de mi perro Ruffo. Por ella pudieron ser estos videos y a ella van dedicados.

"Descartes" es un encuentro (más o menos) mensual que se realiza en Mar del Plata destinado a reunir gente dispuesta a leer y/u oir literatura (mayoritariamente, son estudiantes de letras aunque dichos eventos son absolutamente abierto al público general). Iniciado por la Doctora Marcela Romano y celebrado ahora por la secretaría de Cultura de la Municipalidad de General Pueyrredón, "Descartes" se realiza en el bar "Dickens" bajo la organización de Daniel Nimes y José Mayor, leonino que hoy 22 de agosto cumplió 28 años.

En la primera ronda de "Descartes" Arbuto leyó algunas de sus sátiras:



En la segunda ronda, dispuesto a remediar el olvido respecto de los tercetos del último soneto, lo leyó completo y narró también el capítulo inaugural de "El cornovalito II":



Damas y Caballeros, eso fue todo.

domingo, 20 de julio de 2008

La promesa



Han vuelto del pasado
mis viejas primaveras...
ya ves, guitarra vieja,
y el mundo sigue en pie
como un rayo de luna
cruzando la barriada,
como una madrugada
sin mate ya y sin fe.

Y no habrá sol que pueda
con tanto invierno helado
si el fuego del pasado
se queda ya sin luz
con tu puñal de adioses
los sueños me arrancaste
del cielo que pintaste
con tu promesa azul,

la promesa de amor
de aquella noche oscura
cuando por la cintura
te quise yo abrazar.
Dijiste que el cariño

eterno me jurabas
mientras que comenzaba
tu barco ya a zarpar.

Fantasmas mortecinos
y sombras encrespadas
se trepan por las alas
de mi desilusión
y apagan, inclementes,
las luces de mi alma
como la vieja arpa
su do-re-mi-fa-sol.

Y no habrá sol que pueda
con tanto invierno helado
si el fuego del pasado
se queda ya sin luz
con tu puñal de adioses
los sueños me arrancaste
del cielo que pintaste
con tu promesa azul,

la promesa de amor
de aquella noche oscura
cuando por la cintura
te quise yo abrazar.
Dijiste que el cariño
eterno me jurabas
mientras que comenzaba
tu barco ya a zarpar.

Granada

Granada, luna gitana, cauce oculto de suspiros, bajo sus piedras, el Darro, sobre cielos, zafiros. Anda un gato entre las tejas, los t...