
A Guille Donato
Suelta el día su voz de despedida
y las sombras que se fueron, pero están,
bailan valses como niebla, en las esquinas
de una vida que no viene, pero va.
La avenida emblanquecida por la luna
mira, oscura, la amargura de la mar
que susurra en la canción que la desnuda
el silencio que adormece la ciudad.
Hojas muertas van cruzando la vereda
y el crepúsculo en la noche de cristal
se hunde como sombra en la alameda
y a sus pies se recuesta a agonizar.
Pasó el verano fugaz
como un rojo atardecer
y el otoño al renacer
el suelo quiso fraguar
y quiso el sol apagar,
poniéndole un velo al cielo
con nubes de terciopelo
oscuras como el carbón
que se desangran al son
de una balada de invierno.
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