viernes, 25 de abril de 2008

Vuelta al pueblo

























I


“¿El río es siempre el mismo o cambia siempre?”
se preguntó una vez el griego frente al río
y el mundo se partió en sus dos mitades
que después se olvidaron de sí mismas.

II

Y ahora
que sólo el olvido puede perdurar,
miro la ciudad
y la veo caer como una gota
en sus redes enredadas de metal,
las redes que ella misma se tejió,
manojos de calles que no van a ningún lado,
hechas de un cemento
que en ningún lugar empieza…

Y es como París, pero más sombría
y es como Venecia, pero llena de camellos.

La calles se tragan mis ojos y mis zapatos,
las gomas de los autos y el sol de febrero
y exhibiendo destellos platinados
montados para siempre sobre ruedas
anda, viene, sube y va.

La ciudad, enredada hasta la axila,
calefaccionada por el pelo
bruñido de una niña.

La ciudad, encerrada en el corpiño
que una puta se destapa
y luego cae al cielo
y es como una suelta de palomas
que se escapan de los pechos más impuros
los únicos que pueden ser reales…

Y pasa un intendente de armadura de almidón,
y naufraga un cibernauta en camisas cuadrillé
y ofertas de cartón en la pantalla…
y el programa en que bailan los gorriones
que se llenan los labios de café
como diciendo un slogan
de esos que parecen muy robados
de una firma que fabrica detergentes.

III

A la hora de la siesta
veo la calle sentado en el cordón de la vereda
y mientras quiebro una ramita entre los dedos
oigo caer desde fondo del olvido
la incierta pregunta que Heráclito repite…
y es un hombre jugando a ser un niño
y las calles son el río
que son otras siempre y nunca cambian,
y el cemento, la materia del olvido.

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Granada

Granada, luna gitana, cauce oculto de suspiros, entre sus calles de piedra y sus cielos de zafiros. Anda un gato entre las tejas, los toldos...