domingo, 9 de marzo de 2008

El cornovalito

Una historia de amor donde Cupido se disfraza de “ce-hache”



Capítulo 1: Dónde se transcribe el verdadero Génesis que el pueblo judío ha ocultado del cristiano para poder jactarse de que existe por lo menos un libro que este último no les ha robado

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, no había ni cielo, ni tierra. El mundo era un desierto físico y conceptual.

Dios, quien posee vida eterna, después de pasar una eternidad y media peinando su larga barba y teniendo pensamientos eróticos con Afrodita (entre otras acciones intrascendentes), decidió hacer algo para justificar su lujoso guardarropa y, de paso, ganarle las elecciones de “Mr. Deidad” a Zeus, a Alá y a Woody Allen. Entonces creó una obra de títeres:

El primer día pintó el techo de su cuarto de azul y celeste, y el suelo, de beige (o, mejor dicho, mandó a pintar). Luego, prendió un foco al flamante grito de “Hágase la luz ¡Carajo! Que no veo un corno”. Vio que la luz era buena pues gracias a ella, encontró lo que tanto estaba buscando: su palo de golf. Dios es todo poderoso pero –y esto hay que reconocerlo– tenía pendientes varias causas jurídicas por evasión de impuestos. Tal es el caso que pretendió abstenerse a pagar la luz en su totalidad y decidió hacerlo lo a medias . FEBO fiel a sus principios capitalistas adoptó la medida de hacerle una corte de luz diario. Dicho corte empieza a las 5:30 PM y finaliza 8:30 AM . Este fue el primer día de la creación de lo que con el tiempo se pasaría a llamarse “oficina divina”.

El segundo día, Dios creó el firmamento y separó las aguas de las tierras, de la de los cielos clasificándolas en: aguas, nubes, hielos y relleno para mandarinas transgénicas. Después de todo el tiempo (treinta segundos) y el esfuerzo (rascarse la cabeza) que le había provocado esa honda labor se recostó en el colchón de agua que le había regalado Poseidón, para uno de sus incalculables (incluso por el mismo) cumpleaños, decretados arbitrariamente (por el mismo) como el primero de enero, y el dos y el tres... y así hasta el treintiuno de diciembre. El colchón venía acompañado de una humilde tarjeta que decía: “Todo bien Dios, pero a mí me prometiste todo el mar del mundo y se lo diste a los japoneses, y encima ni me mandaste a nombrar en la Biblia, gil ¿Quién te crees que sos? ”. Este fue el segundo día de la creación de la leche “larga vida”.

El tercer día, reunió, Dios, las aguas bajo el firmamento, haciendo que los ángeles devotos de su ruego cavaran hoyos en la tierra. Estos se llenaron de agua y adoptaron el nombre de océanos, lagos, lagunas, etc. En consecuencia “El Barba” (como le decían en la familia) no pudo utilizar dichos hoyos para su verdadero fin: jugar a la bolilla. A causa de la humedad de aquella precaria tierra, empezaron a nacer diversos tipos de moho. Dios llamó a estas malezas: Flores, frutos, hierbas, arbustos, árboles, etc., las registro como hermosas y se adueñó de la invención. Estas turbias maniobras divinas eran, en realidad, la forma de ocultar el verdadero problema: no tenía herbicidas, ya que gastó los fondos destinados a la adquisición de dicho producto, en la compra de su pentagécimo peine de oro. Este fue el tercer día de la creación de Greenpeace.

El cuarto día, creó Dios el sol, la luna y todas las estrellas (la cruz del sur, el cinturón de Orión, Aries, las de Hollywood, etc., ATC y el TC 2000) Este fue el cuarto día de la fundación del gremio de astrónomos.

El quinto día creo a los pájaros, en el aire, y a los peces, en el agua. Y a pedido de los Japoneses, también creo a las ballenas. Al finalizar el día, contempló la hermosura que había creado, con una hambuergesiada (naturalmente, de pollo y pescado)

El sexto día, creo Dios los animales de la tierra y vio que todo era perfecto.

Y amarillo,
el otoño y verde,
la primavera;

y el invierno,
blanco y el verano
muy azulado.

Pero ¿Qué sentido tenía, que todo sea perfecto? “Tengo que crear algo imperfecto ya que la perfección absoluta es aburrida” pensó, Dios. Además, hasta las divinidades de su talle debían descansar. Así que de muy mala gana, esculpió en un cacho’e tierra quiandaba por áhi, un sereno a quien llamó Adán. Pero éste enseguida sintió la espantosa compañía de la Soledad , y le pidió a su creador:
–Dio’ quiero una mina a mi imagen y semejanza.
–Sólo tenias que pedírmelo, Adán. Nunca me hubiese imaginado que te gustaban los travestíes.
–No Dio’ una mina de verdad, no a mi imagen y semejanza, que sea mina y que esté más buena que yo.
–Está bien –dijo Dios y así fue.

Un día, mientras paseaba por las estrellas, los vio. Todas sus precauciones habían sido en vano. Ellos (primero ella y después él) le habían dado el primer mordisco a la libertad, a la sabiduría, al poder y al deseo, y –¡Oh, colmo de la ingratitud!– no le convidaron.

Capítulo 2: Donde, ya enterados del origen de nuestra especie, se describe algunos hechos que acontecieron durante el nacimiento de Don Sancho Carliuchi “ el Cholo” Chávez de Chivilcoy quien de aquí en más será el protagonista de esta narración

Mientras una chica paseaba un caníchido pichicho, un chileno bailaba una bachata, un charro conocía a una chamaca y un chino enborrachábase con ponche con el vano afán de hacerse el churito ante una checoslovaca que comiendo una chuleta yacía, en las chechenias latitudes, la madre de la criatura que por Cholo llamaremos durante el desarrollo del presente relato, diolo a sombras (pues era de noche). Púsole al chico por nombre: Sancho Carliuchi Chávez de Chivilcoy pues no había nacido sino allí. Resultó, desde su parto, un niño achinchonado de siete kilogramos de estatura por quince grados centígrados de ancho. Tal cosa les hubiese parecido al cuerpo medico que allí se aperplejaba, no más que una leve anormalidad, de no haber sido porque era demasiado notoria para ser leve.

–Señora, usted a tenido un hermoso chimpancé –dijo la partera mostrándole al niño.
A lo que esta primeriza madre quedó helada de la emoción y no se animaba a agarrarlo por lo dicho.
–Agárrelo sin miedo, señora, que los estudios salieron negativos ¡Su hijo no es el bisnieto de Chucky! –y lo despachó en las manos de la maternal dama.
–¿No es lindo? –preguntó la emocionada progenitora.
–Doña – contestó la partera– con decirle que el pediatra ya le dice revista Caras.
–¿Y porque eso, señora partera? –inquirió curiosamente la madre de nuestro héroe.
–Porque de lejos parece Gente.

Fue entonces cuando el tal niño, luego de miles de enbarrosos tramites burocráticos, fue oficialmente reconocido por nuestro Sumo pontífice como un ser que, aunque infame, pertenecía a nuestra pobre raza de mortales.

Capítulo 3: Sobre lo que sucedió en el bautismo del Cholo

Comenzó el padre Carrazquetti del siguiente modo el bautismo del Cholo:
–Estamos aquí reunidos para festejar un día hermoso en la vida de un niño que sin duda no lo es. Pero, porque esa cara de espanto, señora, –dijo a la chólida madre, el párroco– Dios no mira la belleza física, sino nuestro corazón y aunque éste sea deforme, grotesco y horrible como el de este niño, su amor lo hará hermoso; porque no era acaso San Agustín más feo que leer la “suma teológica” de un saque y abajo del agua; la horrenda pelada de San Francisco de Asís, pudo acaso opacar su santidad; o la repugnante corbata de Jorge Lanata evitarle engalardonarse con cuanto Martín Fierro ganó. No, señora, no, así que por favor retírese de aquí con este engendro repugnante.

El Cholo se fue de la iglesia en brazos de su madre sin poder hacerse cristiano y sacóse el chupete para pronunciar lo que serían sus primeras palabras: “¡Qué choto!” y después de un pequeño provechito surgió de su boca un eructo, comparable a un blasfemo tsunami de veinticinco kilómetros de altura, que hizo ceder los cimientos de la catedral Chivilcoyana al punto del derrumbe.

Capítulo 4: Que trata del momento en el que el Cholo y Alberto vieron por primera vez a la Chicha

Cinco años, dos meses, tres días, doce horas y cuarenta y siete minutos después de que el perro del vecino del ortopedista del primo de un amigo con el cual nuestro héroe hizo buenas migas tras haber comido junto a él un sándwich, agitara su rabo por vez primera, vieron por primera vez a la Chicha. Alberto le había dicho al Cholo: “Che Cholo, largá el chori, chamullatelá y mojá tu salchicha en su charco”. Y el Cholo, que de clases sociales nada parecía comprender, se la chamulló de tal modo que tuvo treinta y ocho chicos en dieciocho años (de los cuales no conoció a ninguno, pues los del “Centro de donación de esperma” no le dieron datos precisos que hubiesen sido preciosos para él).

Capítulo 5: Donde se narra lo que pasó cinco años después de lo que se contó, cuando Alberto y la Chicha se habían casado hacía dos días, y al Cholo habían participado

Las nubes estaban azucaradas y rosadas por las rosas enrosecidas y por las caricias del sol, que seguían, como siempre, muy llenas de merengue. Las amables amapolas lo invitaban con su arábico y ambárico aroma a sentarse en el banco blanco de la plaza. La paz irrumpía en el ambiente al compás de las tenues vibraciones de un violín obeso interpretado –¡Oh, paradójico extremo!– por “el Chelo” Delgado. El Cholo recordó a la sazón que allí mismo lo había visto a Alberto junto a ella, por primera vez, por última vez. “¿Cuanto tiempo ha pasado desde entonces?” se preguntó el Cholo. “Dos días” se respondió.

Se estaba lastrando un choripán con chimichurri, entidad culinaria nunca bien ponderada por la aristocracia, y chupaba las últimas gotitas de su chop; y la cheta de la Chicha meta champú y champiñones en su chacra cantry. “Chau” creía decirle el Cholo, pero, la cholula, ya le había chorea’o el corazón. No obstante, se consoló diciendo a media voz: “¡Qué chambona más chanta!”

Capítulo 6: De lo que aconteció al Cholo tras haber sido visto por Alberto

Alberto confundiéndolo con un mendigo, le preguntó “¿Vendes medias, vos?”. El Cholo no contestó y se quedó panchito en su banco blanco.

–Pará, ¿Sos vos, loco? –dijo Alberto.
–Si, soy loco.
–¡Ah! Perdón, loco, ¡qué loco! te confundí con otro loco. ¿Che, quiandás haciendo aquí, loco? –porque desde que ingresó a la alta sociedad no dice más “acá”, mas dice “aquí”.
–Nunca te lo diré, bastardo. Te has casa’o con la dama de mi’ sueño’. ¡Qué te ha pasa’o, hermano! Creí que era’ mi coate. Ere’ un hijo’e perra. Siempre supiste que me gustaba la Chicha. Pero, claro, ahora que ere’ rico no me hace’ ni caso ¿No e’ así, chico?
–¿Porqué hablas tan raro, Cholo?
–Porque esta parte del relato ha sido doblada al español en el Miami bech of American –respondió nuestro chólido héroe.
Y así era, pues las palabras del Cholo fueron dobladas por no desprestigiar a personajes de tal nobleza.
–La vida es como una caja de bomberos, Cholo, nunca sabes cuanta agua a la manguera va a quedar.

Capítulo 7: Sobre cuanto aconteció al llegar la Chicha

Y la Chicha que ya se había comido los champiñones y chupado el champú y el acondicionador y el cianuro y cuanta bebida había en la casa (pues es muy de la alta sociedad tener un alto grado de alcohol en la sangre), llegó borracha a hacer un bochorno ante los interlocutores que en la plaza se habían concertado.

–¡Sal, Chicha! –gritó Alberto enfadado, a lo que un vendedor de hotdogs concurrió cargado con una de mostaza y mayonesa. Alberto la agradeció y le garpó con una guita.
–¡Alberto, viste el pedo de esa mina! –dijo don Cholo.
–¡Cholo, lo vi! –contestó Alberto.
–Cho, tampoco –agregó un japonético sujeto que por allí pasaba– pelo lo olí.

Capítulo 8: Breve pausa publicitaria


¡OTRA QUE CHUKY! Se vende muñeco maldito (funciona sin pilas).

JABÓN “SAN GABRIEL” no sólo te saca la mugre... ¡También te saca la piel!

VISITE EL HOTEL “SADE”. Hotel “Sade” el único hotel donde te hacemos sentir mal ¡Apropósito!

¡ENGAÑE A LAS ANORÉXICAS CON... ADELGANATHING! Adelganathing, el único adelgazante que en vez de adelgazarte ¡Te engorda!

Capítulo 9: Breve entremés

Mientras las ramas se meneaban cual rameras presas del rufián viento que, con sus ráfagas, las manejaba, una cierta señorita, detrás de los augustos arbustos, le daba el gusto, a un robusto caballero, de contemplar como su busto se bifurcaba. Horacio, que así se llamaba el robusto caballero, sintió que los pezones de la dama estaban helados por el frío; escarchados al rojo vivo, con saliva bajo cero, pues era invierno. Acto seguido, ella contempla los pezones de él y nada le provocan, por lo que, después de un tiempo, les envía la siguiente carta, levemente soneteada:

–Epístola a los pezones de Horacio–

Queridos y horacianos pezones:
yo me pregunto ¿para qué existen?
A ustedes con corpiños no los visten
y más que ustedes sirven los peones.
¿Señalizan acaso los pulmones?
Sus redondas formas ¿en qué consisten?
Los genes en borrarlos no insisten
y en ningún ser encienden pasiones.
Nada son, no los esconden por eso
tras los bikinis de la vil censura
que a la luz luminosa vuelve oscura
y, al poeta, en el pensar, le da un beso.
Si de nada sirven, desaparezcan
y, en el campo de la nada, amanezcan.

Capítulo 10: De lo que le sucedió al Cholo cuando se fue a confesar

–Padre, padre ¿dónde estás? –gritaba el Cholo en la iglesia.

A lo que un enorme sujeto vestido de negro le dijo con una voz distorsionada:

–Cholo, I’m your father.
–¡No! –dijo el Cholo hasta que lo reconoció y agregó– ¿Dark Vader, sos vos?
–Yes, my fucker boy.
–Pero el guión de “La guerra de las galaxias” está en la biblioteca de al lado, en la negra –continuó el Cholo.
–Che Cholo, nunca subestimes el poder del lado oscuro.
“¿El de la luna?” se preguntó el Cholo. “No, idiota, el del imperio” le contestó su colérico Super-yo.


Capítulo 11: Lo que pasó al llegar una monja

De repente irrumpió en la capilla (que no era la Sixtina pero era de Cuartina) una voz, como de Monja, que, casualmente, era la voz de una monja:
–Hola, soy una monja –dijo la monja con una voz que, irrefutablemente, era de monja.
–Hola. Quiero saber si el cura cura el mal de ojo.
–El cura lo cura.
–Hermana, ¿quién carajo le preguntó si él cura locuras? Mi problema es que aquí hay olor a gato encerrado y eso me trasmite ondas negativas.
–Mi amigo, esas son supersticiones –continuó diciendo Sor Éter–. Sepa que el cristianismo las rechaza, como debería hacerlo usted si como cristiano quiere ser tratado.
–Pero usted no entiende ¡El gato es negro!

Capítulo 12: Sobre lo que pasó después

A lo que empezó a sonar la alarma que daba calambre. Todos los comandos exorcistas, caza vampiros y lobos humanizados se hicieron presentes. Se armó un quilombo, que ni les digo. Uno de los cruzados cristianos se acercó al Cholo y levantándolo de la garganta y gritándole al oído le preguntó “¿Dónde carajo está el gato negro?”, a lo que el Cholo respondió con una mirada que parecía insinuarle: “Sepa perdonar mi desconocimiento del tema sobre el cual me interroga y entienda que lo único que sé de el gato negro, es que de él se dice que en la tríada central (el narrador, su esposa y el gato) se ve el reverso infernal de Poe, Virginia y la gata Caterina, tan mimada por ellos”. El dicho cruzado, ignorante del arte de descifrar esta mirada comunicadora de un mensaje tan exquisito, como revelador, creyó entender: “Ni la más pálida”, dejándose llevar por el notable purpúreo grisáceo que el rostro de nuestro héroe había adquirido.

–Disculpá’, flaco. Esto que quede entre nosotro’ los cristianos, que somo’ todo hermano, somo’.

Y en eso se escucha una voz ronca del otro lado de la pared que decía “Che, saquéenme de acá”. Los soldados procedieron a demoler la pared, cuyos escombros cayeron sobre el cadáver de un cardenal de la Santa Iglesia, al grito de: “Aquí hay olor a gato encerrado”. Un sujeto de raza negra, disfrazado de mujer, dijo:
–¡La monja mató al cardenal!
–¡Si, lo mató ella! –dijo el Cholo.
–¡Arréstenla! –dijo un cruzado.
–¡Ella es la asesina! –dijo el juez.
–¡Y yo soy gay! –dijo un tipo que andaba por ahí.

A lo que la monja respondió:
–¡No! ¡El gato negro! ¡Con sus diabólicos ojos!

Los cruzados descubrieron que la monja había matado al cardenal por serle infiel con el antedicho transformista, por lo que, consecuencia del enojo, lo amuró, sin imaginarse que el gato negro, quedó igualmente amurado, pero este último... ¡Estaba vivo! El Papa prosiguió nombrando al Cholo, Miembro del Honorable Imperio Cristiano.

Capítulo 12 bis: De lo que sucedió al calmarse la capilla, irse la policía forense y llegar el cura

–Padre, padre, sentí olor a gato encerrado y descubrí un asesinato, al advertir que este fálico felino y un cardenal habían sido amurado por la diabólica Sor Éter. Después me condecoraron como Miembro del Honorable Imperio Cristiano. Y ahora siento que mi cuerpo tiembla –dijo el Cholo a San Pío Nono.
–Y yo ayer me comí una hamburguesa completa y no se lo ando diciendo a nadie.

–Pero... pero yo me estoy confesando.
–Si, eso dicen todos.
–Mi cuerpo quiere ceder sexualmente al adulterio, padre ¿Qué debo hacer?
–Hijo, el cuerpo no importa, pues no es más que la cárcel del alma.
–¿En serio, padre? pero porque no me agarra el candado.
–¡Que Dios te castigue!
–Si Dios existe, no me enteré. Pedazo de forro hijo’e remilputa.
–Hermano, mucho has pecado.

A lo que el Cholo (confundido porque un padre que no era el suyo lo llamó “hermano”) pensó en responderle con un soneto que había escrito por si un evento semejante aconteciere, pero como no aconteció un suceso semejante sino exactamente el mismo, lo dijo igual:

Blasfemiante sonetillo te diré
pues puteada andas necesitando
y es la puta que te está cagando
a quien, durante la noche, cogeré.

Ya no para, tu hermana, de petearme
y a la paridora puta cepillo.
Rómpole, a tu abuela, el anillo
y no deja, tu hija, de tocarme.

Cágomelos a todos tus parientes,
a tu noble vecina, me la ensarto,
a tu hermano, le bajo los dientes.

Tu novia, de coger, me tiene harto
y, pues tiene, con vos, cosas pendientes,
me da el culo, ella, y se lo parto.

Al terminar de recitarle el soneto que se dijo que le recitó, el Cholo se dio cuenta de que el cura estaba muerto, con una gran “Z” dibujada en el pecho.

–¿Zorro, sos vos?
–¿Quién más, chabito?
–Pero, algún pelotudo debe haber traspapelado las páginas de los libros. Así que rajá de acá porque ésta no es tu novela.
–¡Ni la tuya, chamacote! –y se fue gritando en su corcel– Ándale chabo, que muchos quieren ser como yo, pero yo quiero ser muchos y, a su vez, tener mucho de yo. Pues que Dios la salve a California, entonces.

La sombra del Zorro desapareció en las tinieblas, tal como suelen hacer las sombras de las personas que no son ni Peter Pan, ni Drácula.

Capítulo 14: De lo que pensó hacer el Cholo al llegar a su casa y de lo que pensaron en responderle

“Má’ si, me hago vegetariano y se van todos a la concha de la lora” pensó el Cholo. “La paloma también tiene concha, la paloma también tiene concha” pensó en reprochar el ave en cuya cachufleta debía albergar a más de un representante de nuestra desprestigiosa raza.

Capítulo 15: Sobre los hecho que sucedieron al caer la noche

Cuando cayó la noche, se levanto y siguió su curso natural. Llegó entonces Alberto, con unos cornalitos, a comer a lo del Cholo. La caballa de la Chicha yacía dormida en el placard de este último entre calzoncillos que oscilaban entre el amarillo y el marrón, y alguna que otra porción de pizza a la piedra petrificada (pues con una petaca de whisky que tenía en el escote, Madame Chicha la hizo Don Pedro y, acto seguido, procedió a lastrársela).

–¿Queréis cornalitos, Cholo? –dijo Alberto con mirada sugerente.
–No, gracias. Son tuyos, vos te los ganaste. Además son como papafritas que te miran.
–Les comes la cabeza primero y ya está –agregó el más albértico sujeto de la tríada central de nuestro relato.
–¿Pero no se te ocurrió pensar que esos pobres pescaditos tienen padres que los buscarán por las inmensidades del océano y hermanos cuyos sentimientos están siendo cruelmente mutilados por los funestos mecanismos de las feroces mandíbulas de tu impúdica boca que los comen sin reflexionar que están ingiriendo el cadáver de un ser que quería vivir, ser feliz, tener una familia y adquirir una nueva limpiawaflera eléctrica una vez que los verdugos pescadores los hubieron pescado con sus insensibles cañas y redes ?
–La verdad que no –respondió Alberto mientras deleitaba a sus lectores con un olímpico eructo.
–Yo tampoco – reflexionó el Cholo– así que vuelvo a ser carnívoro y me dejo de joder.

Y la Chicha que hasta entonces se había quedado en el placard indispuesta a salir, cambió súbitamente de decisión...

Capítulo 16: Estimado Hannibal Léctor: interrumpimos su relato para dejarlo ante los comentarios de los especialistas Johnny Costanzo y Eric Rodríguez

ERIC RODRÍGUEZ: Bueno, Chohnny, ¿Cómo crees que viene la obra?
JOHNNY COSTANZO: Uhmm... Realmente es una pregunta difícil, Eric, ya que el Cholo le está siendo infiel a La Chicha, sin embargo la pizza no era un Don Pedro sino una piedra.
ERIC: Pedro tu eras piedra, ja, ja, ja... Realmente eres gracioso Chohnny.
JOHNNY: Braulio no anda el audio.
ERIC: Ja, ja, ja... Chohnny, eres un verdadero plato.
JOHNNY: No soy un plato, Eric. No anda el audio ¡Braulio! ¡Por favor arréglalo!
ERIC: Óie Chohnny, mi tía es más graciosa.
JOHNNY: Hablando de gaseosas, Eric, te recomiendo comprar Gaseosas Poca Cola® que no sólo es rica... también afloja torniios, Eric.
ERIC: Ahora que dices torniios no te parece que el Autor de este relato tiene un tornillo flojo.
JOHNNY: Seguro, y es porque no usa Bolivarianigoma®.
ERIC: Seguramente es eso, Chohnny.
JOHNNY: ESSO®, que bueno que me hallas dado La razón®.
ERIC: Sí, la compré en el kiosco, después de lo de mi perro.
JOHNNY: ¿Eric, que le paso a tu perro?
ERIC: ¡Ah no te he contado! Y tu sabes que estaba... y el veterinario le tenía que cortar el... pitulín, bueno sí el pitulín, quizás no sea una palabra muy digna, pero la cosa era así, el lector entederá. Y bueno cuando terminó de cortárselo, se percató de que se lo había cortado a mi hermano, el Néstor, pero como no lo usa demasiado, no le importó mucho y aparte se ligó unos trocitos para perro, así que...
JOHNNY: Y si. El Néstor es así, Eric. La gente no cambia.
ERIC: Ah, ah... ehhhh... bueno nos acaba de avisar el Autor que nos pasamos como siete renglones así que... Bueno, y así redondeamos diciendo que Borges era ciego.

Capítulo 17: Donde tras esta breve, pero extensa, interrupción lo dejaremos seguir con su narración favorita

Mientras el Cholo decía lo que se dijo que dijo, Alberto, casi sin darse cuanta, se comía los cornalitos. Y la Chicha ya asfixiada en el placard (resultado de inhalar el aroma de los chólidos calzones y de la pizza a la piedra petrificada) salió de él, al grito de...

–Perdonadme amor mío te pues he sido infiel –mientras las lágrimas se paseaban por su cara cual autitos chocadores del Hollywood Park y a lo que Don Alberto contestó:
–Ah, no te hagas drama, yo te metí los cuernos con la hermana del Cholo, y con su Mamá, y con la hija no reconocida (y bueno fue en una fiesta de disfraces), y con su hija reconocida (la que trabaja en la tele), y con el gato negro. Ja, ja, ja... –prosiguió Alberto como dando a entender que se estaba riendo, mientras en verdad lo hacía–. Yo soy el típico personaje que empieza siendo bueno y, para aumentar el rating, termina siendo el psicópata.
–Ah, entonces ahora viene la parte donde vos secuestras a la Chicha y luego la persecución que desemboca en la gran explosión final donde vos te morís, nosotros zafamos de pedo, yo hago un chiste boludo y terminamos con la Chicha en pleno fucu–fucu.
–¡Malditas formulas Hollywoodences! –dijo Alberto por no habérsele ocurrido nada mejor a nuestro Autor para que él diga.

Capítulo 18: Noticias de último momento

CONMOCIÓN en General Belgrano: una anciana y un Rottweiler se han visto involucrados en una bestial violación zoofílica. Un grupo de especialistas está investigando que clase de sadismo fue el que la pudo haber llevado a abusar sexualmente del animal. Los dueños declaran: “El daño que esta infame anciana a causado a nuestra familia es irreparable”. Las autoridades no dan respuestas.

Capítulo 19: De lo que aconteció a nuestros héroes al ausentarse el Autor de este relato

–Che, Cholo, me parece que el Autor se fue al baño. Aprovechemos a planear como zafar de esta pelotudez ahora que somos temporalmente libres –dijo Alberto.
–¡Sí! ¡Somos libres! –exclamó, eufórica, la Chicha.
–¡Sí! Como los personajes de Unamuno –agregó un critico literario que estaba leyendo este relato y que funciona en él como el defensor legal de nuestros héroes, motivo por el cual el Autor lo convirtió en personaje–. Pero, ves que no se puede ser libre. Siempre somos presos nuestras influencias: en “Ulises” y en “Crimen y castigo”, por ejemplo, los personajes son libres del autor, pero son presos de sus sentimientos (además Stephen Dédalus es el alterego de Joyce). Si ni los seres humanos, los autores, son libres, porque pretenderemos serlo nosotros. No... no pretendemos serlo ¡Queremos serlo! Somos como niños. Debemos pedirle permiso a nuestro autor, nuestro padre, para movernos. Sin él, no hubiésemos existido –concluyó por fin.
–Si, pero los padres por lo menos les mienten a sus hijos para que crean que el mundo es un lugar justo o les dan tres caramelos a cada uno de los hermanos para que crean que el mundo es comunista ¡Y lo peor es que lo hacen en plena decadencia del comunismo! –dijo Alberto, quien antes de ser personaje literario, había militado en el marxismo.
–Además escuché que el Autor había planeado asesinar a Aristóteles por no permitirle ser el Primer Motor Inmóvil y no hubo forma de detenerlo hasta que le mostraron su certificado de defunción ¿Cómo sabemos que no nos matará a nosotros? –preguntó el Crítico.
–Vamos a tener que hablar con él.
–Si, pero callémonos, porque ahí viene –dijo la Chicha.

Capítulo 20: Donde se transcribe un ensayo que el señor Crítico escribió en el momento más esquizofrénico de su vida, el cual entregó a nuestro Autor para liberarse del hechizo mediante el cual este último lo convirtió en un personaje literario, y al cual tituló: “Ensayo (no tan) filosofal” que es donde se cuentan las cosas que el lector leerá si es que continúa leyendo este imberbe texto

Voy a escribir un ensayo filosofal –a falta de piedra (o de envido)–. No sé muy bien sobre qué, pero bueno, ustedes comprenderán (que no me comprendo ni yo, por eso hago poesía que rima con Oceanía que es la capital de Australía donde uno se saca fotos con Cocodrilo Dandy y si sos Badía podes pagar con los australes que antes solían circular en la Argentina).

Supongo que hablaré de la edición de mi divertimento teopolítico al cual he denominado “Jesucristo nuestro señor (feudal)” en Capital Federal, pero la historia de ese libro es breve: lo quemaron. Ya lo dijo Marx: “Todo lo sólido se desvanece en Buenos Aires”, lo cual nos remonta a la Inglaterra Isabelina en la que Shakespeare se disfrazó de Marlow para relatar la historia de Fausto y así poder rescribirla bajo el nombre de Goethe y contar la historia de estas extrañas metamorfosis disfrazado de Woody Allen que es un paranoico (lo cual es comprensible en alguien que haya sido tantas personas). Y ahora que lo pienso, ni siquiera estoy seguro de no ser Woody Allen y créanme no lo digo por mi innegable talento sino más bien por mi humildad, lo cual me encierra una paradoja que me convierte inescrutablemente en un ser –al igual que Hamlet– contradictorio. Pero bueno ¡Aguante Jorge Dorio!

Le conté a mi psicólogo lo difícil que me era ser Shakespeare, pero él me dijo sabiemente: “No, a lo sumo serás un Jorge Bucay venido a menos”, demostrando con sus palabras mucha coherencia, ejercicio antagónico a la psicología, por lo que descubrí que el dicho sujeto no era psicólogo y con el rostro de una persona estafada me paré y me fui caminando, aunque –cabe aclarar a mis lectores– lo hice haciendo uso de mis piernas y no mi rostro de persona estafada, pues quienes hayan intentado caminar con el rostro (sea éste el de una persona estafada o no) coincidirá conmigo en que es harto difícil e insalubre.


Capítulo 21: Sobre l
o que pasó después

–Oh Chicha, he de secuestrarte –dijo Alberto.
–Oh Alberto, bien lo sé –respondió la Chicha.
–Oh Chicha, he de salvarte –agregó el Cholo.
–Oh Cholo, bien lo sé –respondió la Chicha, nuevamente.
–Oh Chicha, han de secuestrarte y de salvarte –dije yo.
–Oh Narrador, bien lo sé –dijo la Chicha quien después de decir lo que yo dije que ella me dijo me reconoció y me siguió diciendo:
–Che, yo a vos te conozco, sos el narrador de El Quijote.
–Bueno sí –dije modestamente.
–Primero trabajaste con Cervantes y ahora te venís a laburar con el pelotudo de Autor.
–Y bueno, che. Hay que ganarse el mango.
–Ay me firmas un autógrafo –me dijo Alberto.
–No. Sabato no me deja. Le respondí.
–¿Qué? ¿También trabajas para Sabato?
–Si, me llamo Narrador, Omnisciente Narrador, mucho gusto.
–Che, si se dejan de joder y se ponen a seguir el argumento que para eso les pago –dijo con imberbe enfado nuestro tiránico Autor.
–¿Nos pagas? –gritamos todo a viva voz–. Pero si te vamos a hacer un juicio con el sindicato de personajes literarios y te vamos a dejar en la lona, autorcito de cuarta.
–¿Ah, sí? –preguntó el tirano– ¿Cómo van a hacer si ya me compré a Lázaro de Tormes, el presidente de su maldito sindicato?
–¿Con qué lo compraste? –preguntó la Chicha.
–Con una puta –respondió el Autor infame–. Pero si quieren los mando a México de vacaciones a filmar algunos párrafos.
–¿Qué hacemos? –preguntó Alberto.
–Y... vamos y listo –respondió el Cholo.
–Ma’ si –dijimos todos.

Capítulo 22: De cómo y con cuanto cariño recibieron a nuestro héroe en México

Al poner el Cholo el pie fuera del avión recibiolo no sin descortesía un caballero que le dijo:
–Escúchame, requeterecontrachamaquelote, dame toda la lana que tengas o te vuelo el requetenopensante zapallote.

A lo que el Cholo con una melancólica sonrisa le dio un sweater y le dijo:
–Tenga señor cuyo nombre no me han permitido las circunstancias preguntarle, y le ruego que lo cuide con el mismo esmeró con que lo tejió mi abuelita pues esta es la única lana que tengo.

El mexicano le respondió:
–Dáme la guita, pibe.
–¿Pero no sos mexicano? –inquirió nuestro héroe.
–Si, boludo, vengo de México, entre Cordoba y Av. Libertador.

Diole, afligido, el Cholo, cuanta guita poseía y al advertir que se hallaba en la localidad de Batán, retornó a su Buenos Aires querido (no sin rememorar el genealógico árbol de su inestimado Autor)

Capítulo 23: Breve suceso arqueológico latino que pondría en jaque más de una creencia histórico–literaria

Catón, Catulo y Tuno se acompañaron juntos hasta la Roma a tomar sus felices desayunos en Max Dónalis. Y a eso, y por la ventana, se asoma, una dama a ver quien es quien por su casa pasa.

Pregúntale Catulo por amor y ella gozosa se da a la respuesta. Y entonces se adelanta Catón a quien ella le dice de este modo:
–CATON, TU NON.
Y él lloró.
Profierió, entonces, Tuno:
–¿PVTA, TV NOS AMAS?
Y la dama contestó del siguiente modo:
–IETA, TVNO, TE PARTO MISSERARABILE.
Y él partió en Jet a la parte arábica del Mississippi.
–TVS TETIS TANPAL BESVM –agregó Catulo y se fue.

Capítulo 24: Donde se narra el trágico final del relato del Cholo, la Chicha y Alberto, y en donde el Lector creerá que el asesino es el mismo Alberto, mientras ignora que Mickey Mouse y Jack “el destripador” son, a la larga, la misma cosa

–Pobre de ti, ¡Oh, dulce Cholo!, pues ignoras que al regresar tú a la porteña Capital donde impera el Nuestro Rey de cada día te aguardará la más terrible de todas las vidas –dijo Alberto, con tétrico acento de Glaciar Perito Moreno cuando se rompe.
–Pobre de mi. ¿Qué nueva desdicha me aguarda? –dijo el gran Cholo con copiosa angustia.
–¡Deberás cocinar en cada cena papas fritas para veinte personas! ¡Güajajajajajaja! –respondió Alberto quien siempre tartamudeaba al intentar con vano esfuerzo pronunciar la palabra “guajira”.
–¡Alberto es el asesino! –dijo el Lector.
–¡Calláte y seguí leyendo! –amonestó el Autor más lamentable después de Juan Boscán.
–¡No, eso no! ¡Por el amor de San Petersburgo! ¡Si así ha de ser mi vida, la muerte prefiero! – dijo el Cholo, momentos antes de ser asesinado por un chihuahua que en su afán de ser un Rock Star se tiró del noveno piso del edificio que por sobre nuestros héroes se erguía y fue a aterrizar en la chólida sabiola.

–Bien, muerto el héroe no los necesito para nada –dijo el Autor más ilustre de la historia de nuestras letras.
–En vano será tu adulación, maldito Narrador, –dijo quien no quiero que me mate–. Mickey, son todos tuyos, muchacho.

Alberto, Narrador y Chicha murieron destripados por el abominable Mickey Mouse, quien horas después escapó a la Ciudad de Orlando donde actualmente trabaja como objeto de atracción turística. El señor Crítico alcanzó cierta fama tras haber sido el primer hombre en la historia cuyas obras póstumas fueron publicadas estando él todavía vivo. Cuatro años después el INCUCAI recibió un paquete con las cenizas de la Madre del Cholo, firmado por ella misma.
El japonético sujeto que por allí pasaba llegó a ser presidente del Perú. El vendedor de hot dogs, por su parte, formó, alegremente, una familia muy prospera con el tipo que andaba por ahí. El Lector, en este momento, está leyendo el destino de los personajes de un texto que no está muy seguro de haber comprendido del todo, mientras que el Autor, tampoco.

Apéndice: Obras cumbres de los personajes más destacados de la novela

"Don Sancho Carliuchi ‘el Cholo’ Chávez de Chivilcoy, currículo de vida" por él mismo

Hola, me presento: yo soy Sancho Carliuchi Chávez, aquel músico del que tanto se habló la semana pasada. Sí ése. El único del planeta que puede interpretar la novena sinfonía de Ludwig van Beethoven en guitarra con el milagroso resultado de no acertar siquiera un tono.

"Los libros y uno (vistes)" Reseña bibliográfica por Alberto

La deliciosa compilación antológica denominada El gusto por la poesía, ha dado durante años a sus lectores textos tan ricos en retórica, como en vitaminas.

Durante los días que siguieron a la presentación de este volumen, el público lo recibió con un gran escepticismo. Pero el tiempo le deparaba un nuevo rivobete y tardó en convertirse en un clásico de nuestra literatura.

Aunque el gerente de marketing había declarado que el mismo se vendería como pan caliente, el editor Rómulo Ramón Ramírez, fiel a sus principios ortodoxos, jamás aprobó dicho operativo, argumentando que el ciudadano promedio puede diferenciar sin dificultad un libro de poemas, de un miñón recién sacado del horno.

No obstante, alberga entre sus páginas al exquisito poeta Albertino Segismundo del Zapallo, quien en unas de sus más memorables rimas declara: “Al microonda / ser mala honda, / yo doy retorno, / por ende, al horno”.

En fin, que lo disfruten y buen provecho.

"Autobiografía (no autorizada)" por la Chicha

El auto nació, aunque les pese, bajo la forma de un cuatriciclo. Y fue creciendo hasta que Henry Ford lo inventó. Y el resto ya lo saben.


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